En el Bondi

El 152, el bondi de mi vida. Tomo otros, le soy infiel, pero es en sus viajes donde más me cuelgo y más me lanzo. Fluyen las ideas, en ese espacio aséptico que es para mí el colectivo. Desintoxicado de voces y de caras donde todo se nubla y soy yo y mi viaje. 

Ayer yendo al cumple de Aquí, Perorata pasé por el viejo consultorio de mi psicóloga. 

Y tuve un flashback, una foto en tonos sepia me cortó la frente. Era yo, ahí parada, con todos mis miedos, mis frustraciones, mis exigencias (con las que aún convivo). No podía laburar, no podía cortar con mi relación, no podía dejar de pensar que desaparecer era mejor que atravesar. 

Ya pasaron casi 4 años de eso. Y ahora miro para atrás y veo que no fue fácil, pero si súper posible. Ahora trabajo, ahora amo, ahora prefiero la vida a un 60 y su potencia contra mi 1.53 mts. Y se que en algún momento voy a volver a creer que no puedo, voy a volver a llorar, voy a volver a tener miedo. 

Como me gustaría poder enfrascar una gota de lo que siento cuando soy feliz. Una gota de lo que aprendo cuando sobrepaso la tormenta, una gota de angustia para cuando doy por sentado. Y así tener los frascos de todos mis sentimientos, inagotables, para olerlos, untarlos, usarlos y salir enseguida del error en el que incurra.

Luego pienso... que las gotas de todas esas sensaciones están en un gran frasco. Mío, intransferible e invaluable: mi experiencia.

Y puta, me costó un huevo tenerla, todavía es poquita pero la quiero tanto. La elijo tanto.  La odio tanto. La uso tanto y también la ignoro a morir. Y así voy, dos en uno, pelea y aceptación, sueños y derrotas. Pero voy, me muevo, avanzo. 

No la doy por sentado, al menos no hoy.