Lluvia filosófica

Ayer no tuve mejor idea que ir al Banco en una pausa tormentosa.
Había diluviado, se estaba abriendo el cielo y calculé que no llovería de nuevo.
Tengo suerte, a mi no me pasan esas cosas, pensó mi polo optimista, y me fui vestida de gimnasia con la idea de hacer la rutina del día ¿?

No había caminado dos cuadas que se largó a llover con todo. Pero todo es que no me veía la mano al caminar (pimienta en exceso)

Al principio traté de refugiarme, sortear a los desgraciados con paragüas que querían sacarme de abajo de los balcones y lidiar con las puntas sacaojos con las que se defienden...

Llegó un punto en que me dejé vencer... O no!
Creo que fue el momento más liberador de la semana.
La aceptación de que me iba a mojar, por más que corra, por más que luche, por más que espere.

Y fue bajo la lluvia, con la bombacha empapada y los pies sumergidos hasta los tobillos que me di cuenta de una realidad inalienable: así es la vida.
Aunque luche por atajarme de lo que venga, crea que mi destino es prometedor y que estoy por sobre la desgracia mundana promedio, las cosas me van a pasar.
Me voy a tener que mojar, voy a tener que aguantarlo, y posiblemente cuando lo acepte, la pase mucho mejor.

Caminé impune bajo la lluvia, disfruté de no esperar que pare, de involucrarme, de seguir. De que me miren con cara de loca pq no corría, sino que caminaba como si estuviera soleado.

El temporal me trajo la certeza momentánea de que mojarse es parte del show y que siempre que llovió me mojé, pero también, me sequé.